Nota muy interesante sobre Juan Rom¡n Riquelme

EddieVedder

Juvenil
Dejo acá una nota que escribió un periodista inglés , Rupert Fryer , sobre el mejor jugador de la historia de Boca. Muy interesante.

Julio Falcioni estaba furioso, y su equipo desconsolado. El entrenador buscó por el agotado vestuario, y encontró al que buscaba: “¡Vos!” le gritó. “¡Vos no sos el entrenador! ¡Soy yo!” Su víctima estaba sorprendida. Juan Román Riquelme es un hombre definido por su ambigüedad con -en el mejor de los casos- el rostro duro de leer; pero el enigmático y mercurial talismán de Boca Juniors estaba, claramente, muy sorprendido -y furioso.La bronca de Falcioni se transformó rápidamente en algo más parecido a la vergüenza. No tanto porque el resto del equipo rápidamente eligió de qué lado estaba, firmemente detrás de su líder en la cancha, sino más bien porque que en realidad no fue ‘el último diez’ el que le había dicho el delantero Darío Cvitanich que jugara en una posición más central, sino uno de los favoritos del del DT, Walter Erviti – el hombre Falcioni trajo con él de Banfield, donde ambos obtuvieron sorpresivamente el Apertura 2009; el hombre contratado para reemplazar a Riquelme.
El incidente tuvo lugar a raíz de una actuación lamentable que vio hundirse a Boca en un empate sin goles en Venezuela por la Copa Libertadores contra los debutantes de Zamora. Sirvió como un recordatorio de que el rey indiscutible de Boca Juniors no podía ser usurpado, y marcó la mitad del final -el comienzo había tenido lugar hacía mucho tiempo. La disputa filosófica entre Falcioni y Riquelme quedó en suspenso únicamente mientras los resultados se dieron. Un título del Apertura y una carrera a la final de la Copa Libertadores fueron suficiente para mantener a ambas partes distraídas, pero cuando Boca cayó ante el último obstáculo, perdiendo 2-0 con el Corinthians, el cierre finalmente llegó.
“Hablé con el equipo, hablé con el presidente del club y les dije que no voy a seguir”, dijo Riquelme ante una frenética marea de medios de comunicación en San Pablo. Mientras Daniel Angelici lo miraba -la mirada del presidente era una mezcla de desprecio y envidia- sugiriendo que efectivamente sabía que el mayor ídolo en la historia del club rescindía su contrato. Un contrato que aún tenía dos años de vigencia. Un contrato que había había dividido a la Comisión Directiva hacía apenas dos años.
“La dedicación que le tengo al club es enorme”, continuó Riquelme. “Pero me siento vacío. No tengo nada más que dar… Soy hincha de este club. No puedo salir a jugar al 50 por ciento.”
Y eso fue todo. Hubo protestas. Campañas por internet. Acusaciones de traición. Pero nada le haría cambiar de opinión. Una de las más grandes historias de amor de la historia reciente del fútbol finalmente había llegado a su fin.
Después de eso no había nada.
En septiembre Riquelme convocó a una conferencia de prensa. Argentina se detuvo. Al igual que los riquelmistas de todo el mundo. Nos sentamos con la respiración contenida, temerosa de lo que parecía inevitable: la confirmación de una ida que rompería los corazones de los últimos románticos del fútbol.
Luciendo un mantel recién sacado de un restaurante italiano y convertido en camisa, se sentó junto a Angelici con su un habitual cara de malestar, los ojos casi vidriosos, mirando hacia adentro y no hacia la repleta sala de prensa. Lo que siguió fue todo muy Riquelme. Acciones de un hombre que parece anhelar la atención y, sin embargo, ansioso e introvertido cada vez que la obtiene. Angelici comenzó la ronda, diciendo nada que no supiéramos: el contrato de Riquelme estaba suspendido, lo que significaba que podía firmar con a quien él quisiera afuera de Argentina.
Entonces Riquelme elevó su voz: “He dejado el club y estoy contento con mi decisión.” Que estuviera dando una conferencia de prensa con el presidente de ese club, club que aun tenía su pase, sugería que no. “Soy un hombre que siempre cumple su palabra. He cumplido todos mis sueños como jugador”, continuó.
“Mi decisión no tiene nada que ver con él [Julio Falcioni]. Yo ya no necesitaba un entrenador… No sé que voy a hacer ahora. Voy a hablar con mi familia. Tengo derecho a tomarme unas vacaciones con mi familia. Así que no sé lo que voy a hacer.”
Lo único vagamente interesante que surgió del evento fue cuando se refirió a Maradona como ‘muchacho’, diciendo: “No me importa lo que diga.”
El asunto llegó a su fin con Angelici declarando que “las puertas del club siempre estarán abiertas para un partido de despedida cuando Riquelme quiera, porque siempre estaremos agradecidos por todos los grandes recuerdos que nos dio y los títulos que nos hizo ganar.” Y eso fue todo. Los medios de comunicación de todo el mundo se quedaron con la cita de Maradona. En verdad, no había mucho más.
Días antes, una Bombonera repleta había coreado su nombre durante casi todo un entretiempo. Votado como el mejor jugador en la historia de Boca un par de años atrás, el club no está preparado para dejarlo partir. Tal vez Riquelme tampoco esté listo para deshacerse de ellos. Y así, todavía está al acecho, impregnando cada rincón de La Bombonera.
Es difícil cuantificar exactamente lo que significa Riquelme para Boca Juniors, lo que Boca Juniors significa para Riquelme, o lo que significa Riquelme para el fútbol argentino en su conjunto. En muchos aspectos, es el último one-club man. Pasó cinco años alejados del amor de su vida, pero nunca estuvo en duda que algún día regresaría. Firmó para Boca a los 17 años de edad, y nunca más quiso estar en otro lugar. Tras una actuación notable en la Copa Intercontinental ante el Real Madrid se unió a Barcelona en el 2002 -transferencia que siempre dijo que le había sido impuesta. Tras el rechazo inicial del jugador, el acuerdo se cerró después de que Boca le dijera a su joven enganche que el club tendría serios problemas económicos sin los 11 millones de euros del pase. Había llegado el momento de poner el dinero donde estaba su corazón: si realmente amaba al club, debía irse. Román hizo las valijas.
No empezó bien. A su llegada a Cataluña, el entrenador holandés Louis Van Gaal le dio a Riquelme una camiseta para chicos de regalo para su hijo recién nacido, y le dijo, “él la va a usar más que vos.”
Los tiempos tórridos de Riquelme en el Barça llegaron a su fin cuando el Villarreal llegó al rescate. Riquelme llevaría al club a una nueva era, que culminó en una semifinal de Champions League. Tan fundamental fue su rol en el ascenso del club que hasta pareció lógico que fuera el propio Riquelme el que errara el penal que finalmente terminó con el sueño del Villarreal de llegar a la gloria.
Un año después su estadía en Europa había terminado. Manuel Pellegrini no pudo aguantar más al temperamental enganche. Llegaron ofertas de todas partes del continente. Pero nunca fueron consideradas seriamente. “Doy gracias al Tottenham por su interés, pero mi familia y yo queremos volver a casa”, dijo Román a la prensa, mientras planificaba el regreso a su Winnie Cooper (NdeLR!: el amor de la infancia del protagonista del programa de TV The Wonder Years), La Boca. “Soy una persona simple”, les aseguró, “y lo único que quiero es jugar al fútbol todos los domingos.” Anhelaba volver a su primer amor. El único obstáculo era económico. Un obstáculo que gambeteó fácilmente. “Le he dicho a Villarreal no hace falta que me paguen lo que me deben … [y] le ofrecí a Boca jugar un año gratis.”
Y así lo hizo. Y mientras lo hacía, llevó al club a ganar la Copa Libertadores 2007 prácticamente solo. Su impacto posterior en el club es discutible -su pelea con Martín Palermo fue sin duda un factor importante en los siguientes tres años estériles en Boca, pero el culto al ídolo se apoderó de un club, una vez más, impidiendo el rendimiento de una cadena de producción extremadamente talentosa- aunque su aporte general al club sigue siendo inigualable.
Porque Riquelme es más importante que los títulos. En cierto modo, es más importante que el fútbol. Es algo así como un producto cultural; evoca comparaciones con la propia Argentina, y tal vez incluso a los eternos enigmas que conforman la mítica figura del ex presidente Juan Perón. Contradictorio y ambiguo, sólo prospera cuando los equipos se construyen alrededor de él, sobrevive solamente en equipos que funcionan como una unidad cohesionada. Su manejo de los espacios, tanto para él y los que lo rodean es prácticamente único en el fútbol moderno. Le construyeron un pedestal más alto que los de otros y lo ungieron con la responsabilidad por el bien de todos.

Es el último de una raza en extinción. El enganche argentino arquetípico. Es poesía inspirada. Atrae admiración de las fuentes más contradictorias. Durante una década y media dirigió el juego a su propio ritmo, ignorando el avance tecnocrático de un deporte que como Eduardo Galeano dijo una vez, “ha logrado imponer un fútbol de velocidad de la luz y de fuerza bruta, un fútbol que niega la habilidad, mata la fantasía y anula la audacia.” En una cultura que se ha vuelto cada vez más visceral, Riquelme entiende el fútbol de manera irrefutablemente cerebral. Es el valioso estilo por sobre la sustancia. Prefiere dar un pase antes que hacer un gol, defiende la creación y la estética por encima de todo lo demás -algo que demostró de la forma más enfática cuando le le sirvió en bandeja de plata el gol 219, el del récord, a su antítesis, Martín Palermo.
A pesar de sus defectos, de los cuales hay muchos, sigue siendo uno de los personajes más fascinantes e intrigantes de la historia del fútbol, tanto dentro como fuera de la cancha. Es un idealista, o mejor dicho, alguien que representa los ideales cada vez más marginalizados del fútbol. El fútbol es hoy una de las formas de expresión cultural más importantes del mundo. Y por supuesto que es algo más que resultados. Tiene que serlo, si verdaderamente va a significar algo. Para algunos de nosotros, Riquelme, más que nadie, nos recuerda eso. Por ahora nos tiene a todos en el limbo, y no está claro si lo volveremos a ver llevar la batuta de un partido de primera división otra vez o no. Algunos esperamos que sí. Algunos no estamos listos para decir adiós.
 

Luqa.Mendoza

Reserva
Gracias por tanto fútbol Juan Román, si hubiera seguido en el Barcelona estaría jugando en el medio con Xavi - Iniesta. No va a haber otro igual. La verdad que yo tampoco estaba preparado para un adiós.
Que buena nota al parecer el periodista sabe mucho del fútbol argentino y sobretodo de Román.
 
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